Monumento a Atahualpa en el Palacio Real de España |
A la muerte del Inca Huayna Cápac se entabló una feroz lucha
entre sus 2 hijos, Atahualpa y Huáscar, quedando el territorio andino prácticamente
asolado. Habiendo recién vencido Atahualpa, llega Francisco Pizarro con ciento
ochenta hombres y tras una confrontación, usando armas que desconocía el ejercito de Atahualpa, lo derrota y encarcela al Inca en Cajamarca.
Durante ocho meses Atahualpa llevó plata y oro a dos
aposentos para conseguir su libertad. Aunque encarcelado, tenía cerca a sus
mujeres y servidores, convivía con los españoles: comía y jugaba a cartas o
dados con Pizarro; de ahí que surgiera amistad entre ellos. Pero los aposentos
no se llenaban y los soldados recién llegados, especialmente de Diego de
Almagro, estaban descontentos; decían que el Inca se preparaba para matarlos.
Un día dos indígenas dijeron que venían huyendo de su
ejército, que estaba a tres leguas, y que en poco tiempo les atacarían
alrededor de cincuenta mil guerreros. Los cronistas presentes confirman aquel
hecho; solamente Cieza, Betanzos y Pedro Pizarro, que no se hallaban, lo
achacan a un bulo del indio Felipillo.
Pizarro sabía que si les atacaban, perecerían todos. Sus
capitanes decían que sólo se podrían salvar si Atahualpa moría, pero él dudaba
porque le apreciaba; seguramente sopesó enviarle a España, mas no había tiempo,
dado que los guerreros se hallaban muy cerca de la ciudad. En tan dramáticos
momentos, presionado por sus hombres, tuvo que tomar la decisión de entablarle
un proceso.
Atahualpa fue juzgado y condenado a morir y al día siguiente
se ejecutó la sentencia. Sobre las siete de la noche le sacaron de sus
aposentos para conducirle a la plaza. Por el camino preguntó que por qué le
mataban y le dijeron que por haber mandado su ejército sobre Cajamarca.
Respondió que aquel ejército pertenecía a su hermano Huáscar y que los hombres
que lo integraban eran enemigos suyos, pero aquella explicación no sirvió de
nada y continuaron llevándole hacia el lugar de la ejecución.
Comprendiendo que le iban a matar dijo «… Que si lo hacían
por oro o plata, que él daría dos tantos de lo que había mandado»; tampoco
sirvió de nada. Pizarro no había tenido más remedio que ordenar la ejecución,
aún en contra de su voluntad, por eso el cronista sigue diciendo: «Yo vide
llorar al marqués de pesar por no podelle dar la vida…»; a sus cincuenta y cuatro
años, el soldado curtido en tantas batallas, lloraba de dolor por tener que
ejecutar a quien había llegado a ser su amigo. (Datos: ABC)