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miércoles, 31 de julio de 2019

Recesión en España y Despegue del Virreinato del Perú

Lima Virreinal

En Perú, tras un crecimiento récord durante todo el reinado de Felipe II, los años finales del siglo XVI mostraron los primeros síntomas de agotamiento en la explotación de plata.

Entre 1604 y 1605 la disminución de las remesas de metales se sintió con fuerza, arrastrando este problema hasta 1650. 

Esta contracción no era debida a que las minas se hubieran secado de golpe (las remesas seguían siendo gigantes), sino a que la crisis castellana, con su caída demográfica, sus derrotas militares, el aumento del coste de las defensas americanas y sus problemas económicos, terminó por afectar al engranaje perfecto que había sido hasta entonces la Carrera de Indias.

En 1628, el neerlandés Piet Heyn capturó la flota de plata de Nueva España en el puerto cubano de Matanzas, sin que apenas mediara resistencia. Felipe IV lamentó el resto de su vida un golpe de tal envergadura a lo que se consideraba un sistema de transporte infalible.  

Dijo al respecto:

«Os aseguro que siempre que hablo del desastre se me revuelve la sangre en las venas, no por la pérdida de la hacienda, sino por la reputación que perdimos los españoles en aquella infame retirada, causada de miedo y codicia».

A partir de estas fechas, las remesas de plata siguieron llegando con abundancia a España, pero solo un porcentaje mínimo acababa ya en Castilla, siendo su auténtico destino los grandes puertos europeos y el Lejano Oriente a través del intercambio comercial con Manila.

Asimismo, como señala John Lynch:

 «una importante cantidad de plata permanecía en América, donde el proceso histórico era más de transformación que de hundimiento». 

En el virreinato se alimentaba cada vez más el comercio propio, de tal modo que el capital se quedaba allí, tanto a través de inversiones privadas como públicas.

A partir de 1640, fueron muchos los mercaderes españoles que invertían sus metales preciosos en América, sobre todo en Perú, en vez de arriesgarse a que fueran confiscados en España o se perdieran en el viaje.

Este capital fue la base para la transformación de las ciudades en la era posterior a la minería. 

La recesión minera de Perú tardó más que la de México y fue menos dura. Pero en ambos casos el ocaso se produjo por el aumento de los costes de explotación, dado el agotamiento de los filones más accesibles.

La plata extraída en niveles más inferiores requería, a su vez, una técnica de mezcla aún más costosa. 

El descubrimiento en 1608 de grandes filones en Oruro compensó el agotamiento de Potosí, así como otros hallazgos similares, aunque no evitó que las minas se situaran irremediablemente en un segundo plano económico. 

El crecimiento de las ciudades trajo a su vez una diversificación de actividades y una reorientación económica. 

Cuando llegó a su fin el primer ciclo minero, México se reorientó a la agricultura y la ganadería y comenzó a autoabastecerse con productos manufacturados. 

Perú tardó más en diversificar su actividad, pero cuando absorbió los beneficios de su propia actividad minera los invirtió en crear una red de comercio con sus colonias sudamericanas.

De alguna forma, la recesión de la Península supuso el despegue de América. (Datos: Diario ABC de España)

Casa de Lima - Virreinato del Perú

Casa de Lima - Virreinato del Perú

Casa de Lima - Virreinato del Perú

Balcones de Lima - Virreinato del Perú







sábado, 20 de julio de 2019

El Oro y Plata del Virreinato del Perú No Significaron Prosperidad para España

Monedas Españolas del Siglo XVII

El mito de que España fue la gran beneficiada de la explotación minera en el Virreinato del Perú tiene muchos matices. 

La llegada de grandes remesas de oro y plata a los puertos castellanos disparó la inflación en la Península (en 1600 los precios estaban en un nivel cuatro veces superior a los de 1501), y destruyó el tejido productivo, puesto que los españoles básicamente exportaban materias primas e importaban productos manufacturados.

«El no haber dinero, oro ni plata en España es por haberlo y el no ser rica es por serlo», planteaba con acierto González de Cellorigo. 

Este economista señalaba a principios del siglo XVII que la decadencia se debía al progresivo abandono de «las operaciones virtuosas de los oficios, los tratos, la labranza y la crianza» por parte del pueblo. 

A su vez, una quinta parte de los metales que llegaban estaba reservada para la Corona castellana, que bajo la soberanía de la dinastía de los Austrias la invertía casi en su totalidad en financiar las guerras europeas del Imperio español, que no siempre coincidían con los intereses castellanos. 

Coincidiendo con el momento de mayores envíos de plata, el Imperio español destinó 7.063.000 millones de ducados para el mantenimiento de su flota mediterránea y 11.692.000 para el Ejército de Flandes entre 1571 y 1577.  El Monasterio de El Escorial costó 6,5 millones.

La plata y los elevados impuestos en Castilla no cubrían los enormes gastos militares, por lo que Carlos V y Felipe II tuvieron que recurrir a la emisión de deuda pública y a los grandes banqueros genoveses y alemanes con el fin de mantener aquella maquinaria bélica. 

Los préstamos se hicieron habituales, hasta el punto de que buena parte de la riqueza castellana quedó en manos extranjeras. 

En este sentido, las Cortes Castellanas (atadas de pies y manos desde la Guerra de las Comunidades) se quejaban con frecuencia de que la salida constante de metales preciosos, «como si fuéramos indios», estaba empobreciendo el país y había convertido a Castilla en «las Indias de otros países». 

Y si bien Felipe II trató de cumplir con sus compromisos, la escandalosa deuda le obligó a suspender pagos por primera vez en 1557, a la que siguieron dos suspensiones de pagos más en 1577 y en 1597. (Datos: Resumen parcial de un artículo publicado en el diario ABC de España)

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