miércoles, 4 de agosto de 2021

Unión de familias de nobles españoles y cuzqueños - El mestizaje al más alto nivel - Siglos XVI y XVII

 


Esta compleja invención iconográfica, ideada por los jesuitas del Cuzco, pone en escena dos uniones matrimoniales que enlazaron la descendencia real incaica con la de dos de los patriarcas de la Compañía de Jesús. 


La primera boda, efectuada en 1572, unió al capitán español Martín García de Loyola –sobrino nieto de san Ignacio y vencedor de Túpac Amaru I, el último inca rebelde y a quien un doctrinero jesuita convirtió antes de su ejecución– con la ñusta o princesa imperial Beatriz Clara Coya, hija de Sayri Túpac, hermano del monarca derrotado. 


El segundo matrimonio –celebrado en Madrid el año 1611– corresponde al de la hija mestiza de ambos, Ana María Lorenza de Loyola Coya, con Juan Enríquez de Borja, nieto de san Francisco de Borja. 


Entre uno y otro acontecimiento mediaron casi cuarenta años, además de una enorme distancia geográfica, pero aquí son representados simultáneamente.


En efecto, los santos Loyola y Borja presiden la doble boda, iluminados por un radiante sol de justicia que encierra el monograma de Jesús, emblemático de la orden. Su presencia refuerza el tono de solemnidad teatral que emana del lienzo, sin duda inspirado por la retórica protocolar de las cortes barrocas. A su vez, el fondo escenográfico sitúa en pie de igualdad al Cuzco y a Madrid, para sugerir una ideal paridad jurídica entre el espacio virreinal andino y los reinos peninsulares. Toda señal de violencia es eludida en esta idílica ceremonia conjunta, que presenta al Perú como un territorio plenamente incorporado a la estructura imperial, en el que las “repúblicas” de indios y de españoles habrían sellado un pacto político de convivencia armónica, bajo la influyente tutela espiritual de la Compañía.


La composición se plasmó por primera vez durante el último cuarto del siglo XVII, en un lienzo de grandes dimensiones destinado al sotacoro del templo de la Compañía en la antigua capital incaica. Posteriormente, aquella obra sería reelaborada en más de una ocasión, para enviarse a otros establecimientos religiosos del virreinato. 


Esta versión, conservada en el Museo Pedro de Osma, data de 1718 y se hace eco del clima ideológico imperante bajo el “renacimiento inca”, fenómeno cultural de grandes repercusiones, impulsado por los nobles indígenas con el apoyo de ciertos sectores del clero y la aristocracia criolla.


Todo indica que esta obra perteneció a un miembro de la descendencia real incaica, y que fue encargada como parte de la decoración de su casa familiar. Se adoptó para ello un formato menor que el original, además de recurrir a las suntuosas aplicaciones sobredoradas propias de la pintura andina del periodo. El comitente proclamaba de este modo su linaje, al tiempo que ponía en evidencia su fidelidad al cristianismo universal enarbolado por los jesuitas, en cuyos colegios se educaba la élite nativa. Aunque era una orden relativamente nueva, que no tuvo intervención directa en la conquista, la Compañía dejaba entrever así su protagonismo en la evangelización definitiva del país, así como sus estrechos vínculos con el pasado imperial peruano.


Pintor Anónimo

Escuela Cusqueña 1718

Museo Pedro de Osma

Barranco, Lima - Perú


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