Capitulación de Ayacucho |
Después de la batalla de Ayacucho, los derrotados del ejército del virrey regresaron a España. El 2 de enero de 1825 el virrey La Serna se embarcó rumbo a España en la fragata francesa Ernestina, junto con los mariscales Valdés, Villalobos, Maroto y otros. Días después el teniente general Canterac embarcó hacia España con Las Heras.
Una vez llegados a la península fueron acusados de traidores y cobardes. Fernando VII y sus consejeros no podían explicarse de otra manera la derrota sino achacándoles la responsabilidad de la catástrofe.
Desde ese momento se conoce como «ayacucho» a todo aquel que, en el último momento «arruga» y no enfrenta con gallardía y valentía las batallas cruciales.
La capitulación ha sido llamada por el historiador español Juan Carlos Losada como "la traición de Ayacucho" y en su libro "Batallas decisivas de la Historia de España" afirma que el resultado de la batalla estaba pactado de antemano.
El historiador señala al mariscal de campo Juan Antonio Monet como el encargado del acuerdo. Afirma que este general se presentó en el campamento enemigo a las 08:00 horas del 9 de diciembre; allí conversó con el general Córdoba, mientras sus oficiales confraternizaban con oficiales independentistas.
Losada afirma que la batalla fue una comedia urdida por los generales españoles, perdida toda esperanza de recibir refuerzos desde la Metrópoli, sin fe en una victoria sobre los rebeldes independentistas, imposibilitados para firmar la paz sin reconocer la independencia del virreinato, y defraudados por el fracaso de los liberales constitucionalistas en España y por el regreso del absolutismo, pues los generales y oficiales españoles del virrey La Serna no compartían la causa de Fernando VII, un monarca acusado de felón y tiránico, símbolo del absolutismo.
Dice el historiador que los generales urdieron la comedia para regresar a España en calidad de vencidos en una batalla, no como traidores que se rindieran sin luchar.
Por ello afirma que “los protagonistas guardaron siempre un escrupuloso pacto de silencio y, por tanto, sólo podemos especular, aunque con poco riesgo de equivocarnos”.
Una capitulación, sin batalla, se habría juzgado indudablemente como traición. (Datos: fuentes varias)