Enero de 1536. La Ciudad de los Reyes, Lima, se preparaba para celebrar los primeros cuatro años de su fundación cuando una aterradora imagen provocó pánico en la escasa población de españoles, indios y esclavos.
Miles de guerreros del ejército rebelde de Manco Inca descendían del cerro San Cristóbal con gritos de guerra.
Mujeres y niños españoles huyeron hacia el puerto del Callao donde varias carabelas los esperaban para trasladarlos a Trujillo. En Lima, mientras tanto, el marqués Francisco Pizarro y decenas de españoles juraron defender hasta la muerte su ciudad.
Entre los defensores sobresalía el arma secreta del viejo conquistador: miles de indios huaylas, procedentes del actual departamento de Áncash, se sumaron a la defensa de la capital del Perú a pedido especial de Inés Huaylas Ñusta, concubina de Pizarro e hija del inca Huayna Cápac y de la curaca de Huaylas.
El feroz enfrentamiento se produjo muy cerca del río Rímac, en el actual Barrios Altos, y a pocas cuadras de la Plaza de Armas.
Los rebeldes cusqueños llevaron la peor parte. Además de enfrentar a los aguerridos indios huaylas (que se la tenían jurada a los cusqueños), tuvieron que enfrentar las cargas de la caballería española, el ataque de los perros de guerra y los mortales disparos de los arcabuceros de Pizarro. En pleno combate murió el general inca Ylla Topa, lugarteniente de Qusi Yupanqui, provocando el desbande de los atacantes.
En medio de la tragedia, un indio procedente del curacazgo de Puruchuco, aliado de los cusqueños, recibió el impacto de una mortal “pelota” lanzada por un arcabuz español.
Marzo del 2004. Entre decenas de fardos funerarios rescatados por el equipo dirigido por el arqueólogo peruano Guillermo Cox, en la zona de Huaquerones-Puruchuco, un grupo de 72 entierros llamaron la atención de los arqueólogos.
“A diferencia de la mayoría de los entierros, estos no estaban enfardados ni tenían ofrendas, los cuerpos fueron envueltos en simples mantas atadas con sogas, y fueron enterrados con apuro y casi en la superficie”, recuerda Cox.
Entre los esqueletos, uno llamó poderosamente la atención: el cráneo tenía el orificio de un disparo. “Estuve a punto de llamar a la Policía”, reveló Cox, pero cuando analizamos el cráneo pudimos comprobar que se trataba del impacto de una bala, “pero de un arma de fuego de hace cuatrocientos años, más precisamente de un arcabuz”.
Con el apoyo de un equipo de antropólogos físicos dirigido por Bárbara Moffet y el auspicio de la National Geographic Society, los arqueólogos peruanos realizaron exhaustivos análisis de cada uno de los cuerpos hallados en Puruchuco. “Cientos de análisis con rayos X, tomografías computarizadas y otros estudios científicos para demostrar que los cuerpos corresponden a guerreros locales que murieron durante la batalla por el cerco de Lima”, sostiene Cox.
Se trata del primer hallazgo de un indígena muerto con arma de fuego durante la conquista española. Los otros cuerpos también muestran signos de violencia.
“De los 72 individuos, poco más de la mitad muestra heridas de necesidad mortal hechas por armas indígenas, como hachas, porras, piedras lanzadas con huaracas; y sólo cinco tienen heridas de armas europeas”, revela el arqueólogo peruano. Otra sorpresa fue hallar el cuerpo de cinco mujeres jóvenes muertas a golpes de armas indígenas.
“Esto demostraría que los rebeldes llegaron a Lima con rabonas”, sostiene la historiadora María Rostworoski. Existe información de las mujeres que acompañaban a los guerreros, conocidas como “rabonas”, desde la época preínca. Sólo en las grandes conquistas, los incas prescindieron de las rabonas. Y ahora sabemos que durante la rebelión de Manco Inca volvieron a acompañar en la guerra a sus maridos.