El jefe echa una ojeada al sembrío de coca y observa que comienza a ralear, señal de que su esposa, con el crío a cuestas, su hermana Gema y el ahijado Carlos han trabajado como Dios manda. Al ritmo que llevan, mañana o pasado habrá terminado la cosecha, que este año ha sido mayor de lo que se esperaba. Alirio, flaco y taciturno, da la espalda a la cuadrilla y prosigue su tarea, que consiste en mezclar las hojas en remojo con querosén, hasta que adquieran un tono blancuzco. Es la primera etapa en la preparación de la pasta-base de la que luego se obtiene la cocaína.
La plantación y el laboratorio rústico se encuentran en medio de un bosque de ceibos tropicales. Entre los árboles se divisa el valle de Apurímac con el caudaloso río que lo atraviesa, formando espectaculares caídas de agua o tranquilos remansos. Los sucesivos gobernantes han soñado con transformar esta región del sur del Perú en un paraíso turístico, con hoteles de primera categoría y toda la gama de deportes de aventura que cabe imaginar. Posiblemente, los cerros donde hoy se cultiva la coca formarían parte de un recorrido ecológico si el narcotráfico no hubiera echado raíces en la zona.
Perú produce anualmente 49.000 toneladas de hoja de coca, de las cuales sólo 9.000 se destinan al consumo legal, como antídoto contra la fatiga o el soroche (el mal de las alturas). El último informe de la Oficina de Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito (ONUDD) señala que el 57% de los cultivos –unas 25.000 hectáreas- se concentran en Alto Huallaga y en los valles de los ríos Ene y Apurimac, donde la temperatura no baja de los 14 grados centígrados.
Baptiste, un cura francés de la orden de los Franciscanos, es el único afuerino con salvoconducto para internarse selva adentro. Se ganó la confianza de los militares y de los cocaleros luego de negociar la liberación de un grupo de rehenes, en octubre de 2006. Fue entonces cuando comenzó a visitar a las familias como la de Alirio, primero con la idea de prestarles servicios religiosos, y luego, de convencerlos –con mucho tacto- de que sustituyan la coca por otros cultivos. Todos los reciben con grandes muestras de cariño pero, hasta hoy, no ha logrado convertir a ninguno a la fe de plantar palmitos, piña o kivi en vez del alcaloide.
"Ustedes no mencionen al Ejército ni al Gobierno. Al primer signo de hostilidad nos marchamos", advierte el prelado al periodista y al fotógrafo que le acompañan en esta expedición. En el camino nos cruzamos con un par de individuos armados de escopetas. "¿Van de caza?", pregunta el cura. "Eso mismo, padre", responden, y se quitan el sombrero.
Alirio es un hombre de pocas palabras y, cuando habla, su voz es como una sonajera de piedras: el hábito de probar la mezcla —que además de combustible contiene ácido sulfúrico, cal y amonio— le afectó las cuerdas vocales. Lacónicamente explica que nada es tan lucrativo como la coca. Posee 17 hectáreas con un rendimiento de entre 80 y 100 arrobas (11.5 kilos) de hoja de primera calidad. El kilo de pasta base se cotiza en la selva a 370 dólares la unidad. Baptiste calcula que en un año Alirio puede obtener un ingreso de 10.000 dólares. Una fortuna, considerando que con la cría de cerdos y el cultivo de yuca apenas comían. Los narcotraficantes que se encargan de transportar los alijos hasta Brasil, por vía fluvial o aérea, ganan cuatro veces más.
Se sabe que el tráfico está en manos de los remanentes de Sendero Luminoso, pero en el valle nadie menciona al grupo terrorista por su nombre. Se comenta que el Ejército está preparando un gigantesco operativo para acabar con la columna del comandante José, autores de la matanza de 19 civiles y soldados, hace un mes. La extirpación del terrorismo liquidaría el negocio de la droga, pero en los rostros de los cocaleros no se aprecian signos de alarma.
Bajo el mandato de Alejandro Toledo hubo varios intentos de erradicar los cultivos. Los cocaleros bloquearon los caminos, asaltaron cuarteles de Policía y llegaron a tomar la municipalidad de Ayacucho, una de las principales ciudades del sur. Ciertos grupos de derechos humanos y ONG se plegaron a la campaña hasta que Toledo tuvo que desistir. Seguramente, Alirio y los suyos piensan que el actual presidente, Alan García, tampoco se atreverá a desafiar a las 50.000 familias que han prosperado enormemente con la ayuda de esos ingenuos que no aciertan a encontrar el vínculo entre la hoja de cocaína, el narcotráfico y las masacres que cada tanto cometen los senderistas, agitando la bandera de la "revolución permanente".RAMY WURGAFT
Fuente: diario El Mundo de España