domingo, 25 de julio de 2021

Blasco Núñez de Vela, primer virrey del Perú. Murió combatiendo a los abusivos y corruptos

 



Blasco Núñez de Vela fue el primer virrey del Perú.


Ejerció el cargo desde 1544 hasta 1546. 


Fue designado por el rey Carlos I de España (Emperador Carlos V del Imperio Romano Germánico).


Fue seleccionado para el cargo por sus características personales de honestidad y lealtad 


El rey de España requería una persona así para combatir la corrupción y abusos contra los indígenas que cometían los españoles que ocuparon el territorio y explotaban las tierras.


Este virrey debía hacer cumplir las nuevas leyes y ordenanzas reales emitidas el 20 de noviembre de 1542:


 -Se prohibía la esclavitud y el trabajo pesado de los indígenas 

-Se ordenaba la supresión a corto plazo del régimen de las encomiendas 

-Se disponía despojar de sus repartimientos de indígenas a todos los oficiales públicos y congregaciones religiosas. 

-Se mandaba quitar sus encomiendas a los que habían intervenido en el bando pizarrista durante la guerra civil entre los conquistadores del Perú. 


Blasco Núñez de Vela se caracterizaba por ser honrado, valiente, enérgico, y leal.


En abril de 1543 se le otorgó el título de Virrey, Gobernador y Capitán General de los reinos del Perú, Tierra Firme y Chile, y presidente de la Real Audiencia.


Debía establecerse en la Ciudad de Lima.


Núñez de Vela partió para su destino de Sanlúcar de Barrameda, con gran aparato y grandeza, el día 3 de noviembre de 1543. Llegó a Tumbes, donde desembarcó el 14 de marzo de 1544. Decidió hacer su viaje a Lima por tierra. 


A tres leguas de Lima salieron a recibirlo varios caballeros y vecinos, y a una legua de la ciudad el licenciado Cristóbal Vaca de Castro, entonces gobernador del Perú. También se hizo presente el Obispo Jerónimo de Loayza. 


Finalmente hizo su ingreso a Lima el 15 de mayo de 1544, siendo recibido con una pompa y un esplendor verdaderamente de reyes. 


Instalado en el Palacio de Pizarro, el Virrey continuó con su propósito de hacer cumplir las Leyes Nuevas, mandando pregonarlas al día siguiente. 


Los encomenderos afectados (los dueños de esclavos indios, los vencedores de las guerra civiles, los amancebados que habían contraído matrimonio para salvar sus encomiendas, entre otros) protestaron pero el virrey se limitó a decir que él solo era ejecutor.


Los encomenderos organizaron una rebelión, eligiendo como líder a Gonzalo Pizarro (hermano de Francisco Pizarro), por entonces rico encomendero en Charcas (actual Bolivia). Este caudillo marchó al Cuzco, donde fue magníficamente recibido y proclamado Procurador General del Perú para protestar las Leyes Nuevas ante el Virrey y si fuese necesario, ante el propio Emperador Carlos V (abril de 1544). Luego se puso en marcha hacia Lima, negándose a reconocer la investidura de Núñez de Vela. 


Los oidores de la Audiencia, para ganar popularidad, se inclinaron a defender los derechos de los encomenderos y resolvieron deshacerse del virrey. Al efecto, formando tribunal en el atrio de la catedral el 18 de septiembre, la Audiencia pronunció la destitución del virrey y ordenó su prisión con asentimiento general del vecindario.


El día 20 el virrey fue embarcado por el portezuelo de Maranga y conducido a la isla de San Lorenzo para ser entregado al oidor Juan Álvarez, bajo cuya custodia zarpó el 24 con rumbo a Panamá. 


Una vez que la nave que conducía al virrey se alejó, el oidor Álvarez se acercó a su custodiado para pedirle disculpas por el atentado cometido contra su dignidad, y que como leal servidor de Su Majestad, ponía su persona y el navío a su obediencia. El virrey, un tanto sorprendido, pero deseoso de aprovechar la situación, ordenó que la nave se dirigiera a Tumbes, donde desembarcó a mediados de octubre. 


Se dirigió a Quito, donde reunió tropas leales al rey, formando un nuevo ejército para combatir la rebelión y restablecer su autoridad. 


Entretanto, Gonzalo Pizarro realizaba su pomposa entrada a Lima el 28 de octubre, al frente de mil doscientos excelentes soldados provistos de numerosa artillería y desplegando el pendón real de Castilla. Los oidores, entre jubilosos y temerosos, lo recibieron como Gobernador del Perú. 


La guerra estaba definida entre los leales a la Corona o “realistas”, con el Virrey Núñez de Vela a la cabeza, y los rebeldes o “gonzalistas”, con Gonzalo Pizarro al frente. 


El virrey ocupó San Miguel de Piura y continuó hacia el sur. Enterado Gonzalo Pizarro, salió de Lima con sus fuerzas y se dirigió al norte, llegando a Trujillo. El virrey retrocedió entonces, temiendo el poderío de su adversario y volvió a Quito a marchas forzadas, largo y fatigoso trayecto que realizó mientras era perseguido muy de cerca por Pizarro, apenas combatiendo muy poco. Luego se dirigió más al norte, hacia Popayán (actual Colombia). 


Empezaba la tarde del 18 de enero de 1546. Esta larga campaña, con tan variadas y extrañas peripecias, terminó en el campo de Iñaquito, cerca de Quito, donde se dio una batalla entre las fuerzas que obedecían al Virrey y a Sebastián de Benalcázar, y las que comandaba Gonzalo Pizarro. 


Blasco Núñez de Vela combatió con valentía lanza en mano haciendo prodigios de valor y de fuerza no obstante sus muchos años, hasta que al fin, rota la lanza, cayó a un golpe de maza que le descargó Hernando de Torres, vecino de Arequipa. 


Benito Suárez de Carbajal, enemigo del virrey, lo halló moribundo tendido en el campo y auxiliado por el clérigo Francisco Herrera, y después de prodigarle los más groseros insultos, se dirigió a degollarle. Pero uno de los presentes, llamado Pedro de Puelles, le contuvo diciéndole que era mucha bajeza oficiar de verdugo en un hombre ya caído, por lo que Benito ordenó entonces a un negro esclavo suyo que hiciera el trabajo: el viejo Virrey recibió la muerte con dignidad y entereza. 


La cabeza cortada fue arrastrada por el suelo y se le puso en la picota.


Dice el cronista Gutiérrez de Santa Clara, que un honrado vecino de Quito, llamado Gonzalo de Pereyra, de acuerdo con el sacristán de la iglesia, hizo poner sobre su sepulcro, a manera de epitafio la copla siguiente: 


Aquí yace sepultado el ínclito Virrey

que murió descabezado como bueno y esforzado por la justicia del rey; 

su fama volará aunque murió su persona, y su virtud sonará, 

por esto se le dará de lealtad la corona. 


Posteriormente sus restos fueron trasladados a la iglesia parroquial de Santo Domingo, en la ciudad de Ávila, España, su tierra natal. 


El emperador Carlos I no fue ingrato a la memoria de su desgraciado pero fiel servidor: a sus hijos don Antonio y don Juan les otorgó, el hábito de Santiago a uno, y el de Alcántara a otro; a ambos nombró primero Meninos de la Emperatriz y luego sus propios Gentiles-hombres; el mayor fue proveído para embajador en Francia, el segundo de Capitán general de artillería de España y Consejero de guerra, y el tercero, don Cristóbal, que siguió la carrera eclesiástica, como Arzobispo de Burgos. 

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