miércoles, 28 de agosto de 2019

Los Sanguinarios Rituales Religiosos de la Civilización Chimú


Arqueólogos de la Universidad Nacional de Trujillo de Perú, han descubierto los restos de 227 niños sacrificados en un ritual de la cultura Chimú en la costa norte de Perú.

Este hallazgo es calificado como el más grande sacrificio de menores en el mundo.

El lugar del crimen masivo fue descubierto en el sector Pampa La Cruz en Huanchaco, un municipio costero de Trujillo, la tercera ciudad de Perú, situada a 700 kilómetros al norte de Lima.

El arqueólogo Feren Castillo de la Universidad de Trujillo dijo al respecto:

"Es el sitio más grande donde se han encontrado restos de niños sacrificados, no hay otro en el mundo"

Informó también Castillo que:

-Los restos tienen entre 1.200 y 1.400 años de antigüedad.

-Los menores tenían entre 4 y 14 años.

En la creencia que los dioses habían mandado severas alteraciones climáticas como castigo al pueblo por su mal comportamiento, los chimús decidieron ofrendarles niños para aplacar su ira.

Agregó Castillo:

"Hemos encontrado más evidencia de lluvias en los hallazgos"

"Allí donde empezamos a cavar sale otro resto. Es algo increíble; donde excavas hay uno más".

Los cadáveres de los niños se encuentran extendidos, en dirección al mar. 

Algunos aún tienen piel, cabello y orejeras de plata. 

Antes, en 2018 se descubrieron restos de 56 niños. Pampa la Cruz está a solo dos kilómetros de Huanchaquito, lugar donde en abril del 2018 se descubrieron 140 niños y 200 llamas sacrificados en un otro cruel ritual. 

Los rituales de muerte infantil fueron continuados durante la vigencia del Imperio Inca.

Dentro de un mundo de falsas creencias religiosas, con supeditación absoluta a los "dioses", al final estas grandes civilizaciones o culturas se extinguieron. Los dioses "no respondieron", y los sacrificios humanos fueron solo crímenes cometidos por crueles ignorantes.




lunes, 19 de agosto de 2019

Cómo se Originó y Facilitó el Ingreso de los Musulmanes a España en el Año 711

Don Rodrigo

«Florinda perdió su flor, el rey padeció castigo», canta el Romancero Español sobre el ultraje del último rey godo, Don Rodrigo, a la hija de Don Julián, el influyente gobernador de Ceuta. 

«De la pérdida de España/ fue aquí funesto principio». 

Más allá de la tradición popular, la mayoría de datos sobre Don Julián son legendarios o muy posteriores al periodo en el que supuestamente vivió. 

La única fuente cercana a los acontecimientos, la llamada «Crónica Mozárabe del 754», no dice nada de Don Julián, pero sí de un cristiano de nombre Urbano que, procedente del norte de África, acompañó a los árabes en su recorrido por la Península y posteriormente viajó con uno de los generales musulmanes a Damasco. 

Deformando la historia y nombre de Urbano, fue la tradición literaria posterior la que dio forma a la leyenda del gobernador ultrajado que se vengó de su Rey. 

En esta línea, Urbano o Don Julián sería un noble bizantino que ejercía por esas fechas el cargo de Comes Iulianus, esto es, el gobernador en el estrecho, desde Ceuta a Algeciras, a partir de la caída en manos árabes de la ciudad de Cartago (698). 

Ante la presión musulmana, el último gobernador bizantino se alió con la Monarquía visigoda y defendió Ceuta repetidas veces de asedios musulmanes gracias a los suministros llegados desde la Península. 

La amistad entre Ceuta y Toledo se estrechó cuando Don Julián envió a su hija, llamada La Cava («mala mujer») o Florinda, a educarse a la corte goda. 

Y precisamente allí se guisó el ultraje, cuando Florinda salió a pasear un día con sus doncellas por los jardines de su residencia y decidió darse un baño sin percatarse de que el Rey godo la contemplaba. 

La visión «abrasóle» al monarca que, sin quitarse de la cabeza a la joven, empezó a acosarla hasta lograr lo que quería. 

Para unas fuentes aquel Rey era Don Rodrigo, mientras para otro seguía siendo Witiza. 

Víctima de la sarna, el Monarca eligió a la hermosa Florinda para que le limpiara con un alfiler de oro los ácaros y, de paso, permaneciera a solas con él. 

En una de esas ocasiones, Don Rodrigo (o Don Witiza) forzó a la joven a mantener relaciones sexuales. 

«Ella dice que hubo fuerza; él, que gusto compartido», señala el Romancero sin aclarar si hubo o no violación. 

Para algunos el ultraje no fue exactamente la falta de consentimiento, sino la incumplida promesa del Rey de casarse con la joven después. 

Agraviada hasta el tuétano, Florinda escribió a su padre una carta contándole lo ocurrido. 

Don Julián, que seguía resistiendo los ataques musulmanes, cambió de actitud, y facilitó la entrada en la Península de las tropas árabes que, en el verano de 711, vencieron a las huestes de Don Rodrigo en la batalla del río Guadalete. 

Abandonó la defensa de Ceuta y, además, facilitó información de España y barcos para el traslado de los soldados musulmanes. 

Según algunas fuentes, incluso acompañó al general musulmán, Táriq ibn Ziyad, y participó en la batalla. 

Incluso se dice que fue el padre ofendido quien mató a Don Rodrigo en Guadalupe, según la «Crónica Silense». 

La verdadera traición se cocinó desde dentro Las distintas leyendas que rodean al derrumbe godo buscan, desde una perspectiva cristiana posterior, solapar con literatura que la Monarquía hispano goda mostraba una debilidad crítica cuando llegaron los musulmanes. 

Durante los reinados de Égica y su hijo Witiza, el Estado godo estuvo acosado por las luchas internas entre nobles y la amenaza que en el norte suponían los francos y en el sur los musulmanes, que hace poco habían conquistado Cartago.  
A diferencia de su padre, Witiza promovió la reconciliación con la nobleza hostil a su poder y abandonó la política de represión. También dejó sin efecto las agresivas medidas de su padre contra los judíos. Aquello no sirvió para mucho. 

Don Rodrigo nunca fue reconocido como rey en todo el territorio visigodo e incluso en las partes que controlaba tenía tantos partidarios como detractores 

La demostración de que su apuesta por la paz fracasó en su reinado, marcado por sendas hambrunas, es que falleció joven, con menos de 30 años, probablemente asesinado a manos de sus enemigos. 

Su muerte súbita, ya fuera natural o no, fue seguida de la proclamación de forma simultánea de dos reyes diferentes: Don Rodrigo, en la Bética; y Agila, en la Tarraconense. Al primero se le cree dux de esta provincia goda, mientras que al segundo se le vincula directamente con Witiza, ya fuera hijo suyo o un noble afín a esta facción. 

De ahí que el reino estuviera partido en dos cuando asomaron por el sur los musulmanes. 

Don Rodrigo nunca fue reconocido como rey en todo el territorio visigodo e incluso en las partes que controlaba tenía tantos partidarios como detractores. 

Entre el año 710 y el 711, la situación en el país fue de guerra civil abierta. La llegada poco después de los musulmanes, que la facción que apoyaba a Agila celebró como aliados suyos, sirvió para colocar a Don Rodrigo contra las cuerdas. 

Los witizianos de Agila, con el obispo Opas a la cabeza, vieron en los árabes el intrumento circunstancial para imponerse a sus enemigos, como en el pasado habían hecho otros reyes godos con los francos. 

Solo el tiempo mostró que aquel pacto con los árabes tenía poco que ver con lo visto hasta entonces. A diferencia de los francos que lucharon y proclamaron rey a Sisenando un siglo antes, en esta ocasión los musulmanes no se iban a conformar con entregar el reino a Agila pudiéndose quedarse con todo el pastel.  
La Monarquía de Don Rodrigo, por su parte, no prestó suficiente atención a las reiteradas señales de peligro procedente del Norte de África.

La flota goda en el Estrecho, que en el pasado reciente había malogrado otros proyectos de invasión, brilló por su ausencia en vísperas de Guadalete. Porque, o bien ya no estaba operativa; o bien pertenecía al bando de Agila… 

7.000 guerreros bereberes al mando de Tariq se plantaron en Tarifa y al poco se les unieron 5.000 árabes dirigidos por Muza, como relata León Arsenal en su libro «Godos de Hispania» (EDAF). 

La batalla que se produjo cerca del río Guadalete (Bética) confirmó que la Monarquía visigoda era un cadáver andante. 

Resulta imposible conocer los detalles del combate y, como siempre ocurre en estos casos, son los mitos los que han cubierto los enormes huecos del relato. 

Una leyenda afirma que fue la retirada de los hijos de Witiza, al frente de las alas, lo que derrumbó la formación cristiana. Algo bastante complicado debido a la corta edad que pudieran tener en ese momento los hijos de Witiza y de que, en todo caso, hubiera sido más probable que hubieran luchado en el bando musulmán que junto a Don Rodrigo. 

También en términos más fabulados que documentados se cree que Don Rodrigo murió ahogado cuando huía de la batalla o directamente luchando en ella. Una suposición que la aparición de monedas con su imagen en Lusitania y la posibilidad de que su tumba se encuentre en la ciudad portuguesa de Viseu ponen en cuestión. 

Es igual de probable que, en realidad, Rodrigo pudiera haberse refugiado en el oeste de la Península y gobernar allí una temporada. (Datos: diario ABC de España).
 

La conquista del reino visigodo por los musulmanes del Califato Omeya fue un proceso largo, que duró quince años, del 711 al 726.

Los musulmanes permanecieron en España entre los años 711 y 1492.

Rodrigo y Florinda

jueves, 15 de agosto de 2019

El Terrible Terremoto en Lima de 1746 - El Mayor Ocurrido en la Capital del Virreinato Sudamericano

Virrey Conde de Superunda

El 28 de Octubre de 1746, ocurrió en Lima, la capital del Virreinato del Perú, un gran terremoto, cuya potencia se estima en aproximadamente 9,0 de Magnitud de Momento (MW).

Las víctimas oscilaron entre 15 mil y 20 mil fallecidos.

Gobernaba entonces en el Perú el virrey José Antonio Manso de Velasco. 

Este terremoto es considerado el mayor ocurrido en Lima.



A las 10:30 p.m. del 28 de octubre de 1746, empezaron las violentas sacudidas de la tierra que obligaron a todos a salir de sus casas y buscar lugares descampados. 

No todos pudieron hacerlo y aun aquellos que ganaron la calle vinieron a sucumbir al derrumbarse los muros adyacentes. 

La confusión y el espanto cundieron por toda la ciudad.

La duración del sismo fue de tres a cuatro minutos.

Lima tenía 60 mil habitantes y contaba con 3 casas repartidas en 150 manzanas. 

Cayeron las partes altas de templos, conventos, mansiones y diversas construcciones.

Culminado el sismo nubes de polvo ocultaron la visión de la población.

La noche fue verdaderamente angustiante, aun sin saberse todavía en Lima la desgracia del vecino puerto del Callao, que fue arrasado por un maremoto. 

Muchos, para no quedar sepultados entre las ruinas, así como para hallar amparo en la compañía de los demás, se refugiaron en la Plaza Mayor y otros se retiraron al fondo de sus huertas, de modo que en las casas que aún permanecían en pie o entre los escombros de otras reinaba un gran silencio.

La procesión del Señor de los Milagros se realizó por primera vez después del devastador terremoto de 1687, cuando el muro otra vez se mantuvo en pie. Se hizo una réplica en lienzo que salió en procesión desde el humilde barrio de Pachacamilla -hoy Santuario y Monasterio de las Nazarenas- hasta la pluricultural Plaza Mayor y las principales calles de la ciudad, y los Barrios Altos. Se declara como fiesta oficial después del terremoto de octubre de 1746. 

Amaneció el día sábado 29 de octubre y los ojos de los sobrevivientes contemplaron con espanto la ruina de la ciudad. De las tres mil casas que componían las ciento cincuenta islas o manzanas que se encerraban dentro de las murallas de Lima, apenas veinticinco se mantuvieron incólumes. Las calles se veían obstruidas por los escombros y el interior de los edificios ofrecía un aspecto desolador. Las torres de la Catedral se desplomaron y cayeron sobre las bóvedas destruyéndolas. Otro tanto sufrieron las torres de las iglesias de San Agustín, La Merced y San Pablo de la Compañía. Prácticamente todas las iglesias, conventos, monasterios, capillas y hospitales, sufrieron más o menos iguales destrozos. El arco magnífico que estaba a la entrada del Puente de Piedra, coronado por la estatua ecuestre del rey Felipe V (cuya muerte, acaecida el 9 de julio de ese año, se ignoraba todavía en el Perú), se vino al suelo, quedando la escultura desgajada en el suelo y entorpeciendo el paso. 

En el Palacio virreinal, no quedó un lugar habitable y el Virrey hubo de acomodarse en una barraca de tablas y lona. Pero no estaba en mejores condiciones el Santísimo Sacramento que del Sagrario fue conducido a una ramada que se improvisó en la Plaza mayor. 

El edificio del Tribunal del Santo Oficio quedó igualmente en ruinas. 




La Desaparición del Puerto de El Callao:

Desde las primeras horas del día comenzaron a circular voces sobre la destrucción del Callao y el virrey envió a aquel puerto a algunos soldados de a caballo, a fin de cerciorarse del hecho. Estos trajeron la confirmación del desastre y a poco ya toda la ciudad lo sabía, pues a ella llegaron también unos cuantos sobrevivientes de la embestida del mar. Lo que contaron dichos sobrevivientes fue algo horrendo, con ribetes apocalípticos. 

Media hora después del terremoto se había entumecido el mar y elevado a enorme altura, y con horrible estruendo se había precipitado por dos veces sobre la tierra, la que inundó, y barrió todo lo que encontró a su paso. 

El Marqués de Obando, Jefe de la Escuadra y General de la Mar del Sur, dijo que los cuatro mayores navíos que había en el puerto, soltando las anclas fueron lanzados por encima del presidio y vinieron a varar el uno dentro de la plaza, el otro, cargado de trigo, a escasa distancia del anterior y los otros dos hacia el sudeste, como a distancia de un tiro de cañón de los baluartes. 

El número de los que perecieron en el puerto se calcula en unos cuatro a cinco mil, prácticamente toda la población; sólo se salvaron 200 personas. 

El mar se retiró, pero no volvió a su límite antiguo. Esto significa que hubo una subsidencia cosismica, es decir, toda la zona del Callao se hundió después del terremoto. 

El reporte oficial mencionó más de 10 mil muertos en Lima, Callao y villas adyacentes. 

En Lima las víctimas no debieron pasar de 2.000, habiendo diversidad en los datos al respecto, lo que se explica por no haberse dado a todos los cadáveres sepultura: muchos quedaron insepultos entre las ruinas y sólo con el tiempo fueron paulatinamente descubriéndose. De todos modos una cifra crecida teniendo en cuenta la población total, de unos 60.000 habitantes. 

En cuanto a las edificaciones, Lima sufrió una destrucción total, excepto 25 casas de las 3.000 que conformaban la ciudad.

Luego del sísmo la tierra continuó moviéndose aunque con menor intensidad. Un reporte de José Eusebio de Llano Zapata describe todas las réplicas: Los movimientos continuaron en forma intermitente hasta las 5:00 a.m. y muchos remezones se sintieron hasta el Cuzco y desde el 28 de octubre hasta el 10 de noviembre se produjeron 220 réplicas más, y hasta el 28 de octubre de 1747 fueron un total de 568 temblores. 

Tan abatidos se hallaban los ánimos y tan honda impresión había causado la noticia de la ruina del Callao que el día 30, habia comenzado a esparcirse el rumor de nueva salida del mar, toda la gente, presa de irresistible pánico, comenzó a huir en bandadas hacia los montes vecinos, sin que en su carrera nadie fuese capaz de detenerla. 

El Virrey, sabiendo que la noticia carecía de fundamento, hubo de montar a caballo a fin de contener a la multitud y desvanecer la falsa noticia que con delincuencial intento había comenzado a difundir un negro caballista. 

Hizo lo mismo el Marqués de Obando en compañía de un religioso franciscano y sólo después de mucho trajinar por todas las veredas que salen al campo se logró que volviera un tanto la calma. Ya cerca del anochecer comenzaron a deshacerse las aglomeraciones de gente de toda clase y condición que se habían formado y empezaron a volver a sus casas con más orden que a la salida. 

Debido a la confusión y desorden que reinaba en todas partes, así como por haber abandonado sus casas los dueños, la baja plebe se entregó al robo y saqueo. Hubo que recurrir a la tropa y el Virrey destinó tres patrullas de soldados con sus correspondientes cabos para que de continuo rondasen toda la ciudad y apresasen a los malhechores. 

En el Callao se hizo más necesaria esta providencia por los muchos objetos que iba arrojando el mar a la playa, que despertaban la codicia de bandidos y simples buscones. 

Por esta razón hubo de expedirse un decreto ordenando al Tribunal del Consulado velase por que no se cometiesen robos y recogiese cuanto se hallase a fin de restituirlo a los interesados. 

Como en toda la extensión de las playas que se suceden desde el Morro Solar hasta La Punta y también por el lado de Bocanegra varaban los restos de la ruina no era fácil evitar la audacia de los merodeadores, pero a fin de reprimirla se publicó un bando amenazando con pena de la vida al que hiciera alguna sustracción y se fijaron dos horcas en la ciudad y otras dos en el Callao, para contenerlos. 

Los días que se siguieron fueron de angustia, tanto por no cesar de temblar la tierra como por la amenaza del hambre y las epidemias. 

Gracias a las acertadas medidas adoptadas por el Virrey se logró abastecer a la población prontamente aunque no tan de inmediato que no se dejara sentir la escasez. Dispuso que de las vecinas provincias se remitiese cuanto antes el trigo almacenado y, convocando a los panaderos, les proporcionó el auxilio necesario, así para abastecerse de harina como de agua, por haberse roto los acueductos y cañerías de la que venía a la ciudad. 

Encomendó a los alcaldes ordinarios, D. Francisco Carrillo de Córdoba y D. Vicente Lobatón y Azaña la ejecución de estas medidas y de otras al mismo intento, como el abastecimiento de carne fresca. 

En cuanto a las epidemias, dice Llano Zapata en su Carta o Diario que hasta mediados de febrero del 1747 habían muerto en la ciudad, víctimas de tabardillo, dolores pleuríticos, disentería y cólicos hepáticos hasta dos mil personas, número excesivamente crecido para la Lima de entonces. 

Religiosidad popular Durante esos días luctuosos, las rogativas, procesiones de penitencia y públicas manifestaciones de piedad fueron casi ordinarias y los predicadores de uno y otro clero llenaban las calles con sus voces de gemido, excitando a todos a la desesperación y al arrepentimiento. A su vez, el virrey encomendó a los hermanos de la cofradía de la caridad la tarea de sepultar los cadáveres y de asistir a los muchos enfermos que no bastaban a contener los hospitales, en ruinas la mayor parte de ellos, pues en el de Santa Ana para indios perecieron 60 al caer sobre ellos la pesada techumbre de las salas. El clero limeño atribuyó la desgracia a la ira divina desencadenada por una serie de razones, a saber: Las injusticias que se cometían contra los pobres. Las prácticas ilícitas de la codicia y la usura. El torpísimo pecado de la lujuria. La vanidad de las mujeres con sus escandalosos vestidos, en especial los escotes demasiados abiertos.

La fe católica no sufrió merma y más bien se incrementó notablemente la devoción al Señor de los Milagros, venerada imagen que solía ser sacada en procesión en eventos de ese tipo, manifestación admirable de fe colectiva que ha persistido a través de los siglos. 

El Virrey Manso de Velasco desde un principio mostró gran presencia de ánimo y adoptó todas las medidas que pudieran contribuir a detener el desorden y hacer menos grave la desgracia. 

En los años siguientes Manso de Velasco dedicó todos sus esfuerzos a la reedificación de la capital y de su puerto, de las que se le puede considerar con razón como el segundo fundador. 

Por todos estos servicios y por la construcción de la estupenda fortaleza del Callao, que elevó en el terreno que ocuparon las olas en el desborde del mar, el vice rey recibió del rey Fernando VI con fecha de 8 de febrero de 1748 el título de Conde, con la expresiva denominación de Superunda, “sobre las olas”. 

El terremoto de Lima del año 1746 conmovió a todo el mundo civilizado. Las noticias que del mismo se publicaron en español fueron traducidas al inglés, italiano y portugués y circularon abundantemente, pues se hicieron de algunas varias ediciones. 

Poco a poco volvieron las cosas a tomar su ritmo normal en Lima, aun cuando el recuerdo de tan funesto episodio quedó por mucho tiempo grabado en el espíritu de los sobrevivientes de la catástrofe. (Datos: Wikipedia)


Plano de Lima Amurallada

Catedral de Lima sin sus Torres

El Callao Arrasado por el Mar

martes, 13 de agosto de 2019

Virreinato del Perú: José Antonio de Mendoza Caamaño y Sotomayor - Marqués de Villagarcía de Arosa - XXIX Virrey del Perú

José Antonio de Mendoza Caamaño y Sotomayor - Tercer Marqués de Villagarcía - XXIX Virrey del Perú

José Antonio de Mendoza Caamaño y Sotomayor (Vegas de Matute,1​ Segovia, España, 13 de marzo de 1667 - Aguas del Cabo de Hornos, Virreinato del Perú, 15 de diciembre de 1746).

Fue el XXIX Virrey del Perú.

Pertenecía a la nobleza española con los títulos de tercer Marqués de Villagarcía de Arosa y caballero de la Orden de Santiago. 

Nació en Vegas de Matute en 1667, fue hijo de Antonio Domingo de Mendoza Caamaño y Sotomayor, II Marqués de Villagarcía y II vizconde de Barrantes, y Juana Catalina de Ribera Ibáñez de Segovia y Ronquillo. 

Su padre fue embajador de Carlos II en Venecia, gobernador de Santiago y virrey de Valencia (1699-1707). 

En 1694, casó con Clara de Barrionuevo y Monroy, hija de los marqueses de Monroy y Cusano. 

Fue el embajador de España en Venecia y virrey de Cataluña (1705). 

A la muerte de su padre en 1713, heredó los mayorazgos pontevedreses de Villagarcía de Arosa, el marquesado de esta denominación y el vizcondado de Barrantes. 

En 1735, con 68 años, ya anciano y viudo, fue nombrado XXIX virrey del Perú por el rey Felipe V.

Viajó al Perú, con los famosos marinos Jorge Juan y Antonio de Ulloa que formaban parte de la expedición de Charles Marie de la Condamine para medir la línea del ecuador. 

Entre 1735 y 1745, tiempo en el que permaneció al frente del virreinato peruano, se ocupó especialmente de mejorar la hacienda y la producción minera. 

También tuvo importante participación en los enfrentamientos ocurridos en las sublevaciones de 1739 y 1742.

Aplicó medidas drásticas para eliminar la corrupción, la esclavitud, y el abuso con el sistema de la mita, las que generaban rebeliones en la población indígena.

También, Caamaño y Sotomayor, estando en curso el conflicto bélico con Inglaterra en la llamada Guerra del Asiento (1739-1748), tuvo que afrontar numerosos problemas defensivos por la presencia activa de los navíos del almirante Anson en las costas del virreinato y del almirante Vernon en el área del Caribe, los que llegaron a provocar la caída de Portobelo, en noviembre de 1739, y el saqueo de Paita, en noviembre de 1741.

Igualmente, en las fronteras terrestres tuvo que enfrentar algunos conflictos con los portugueses del Brasil. 

Después de solicitar su sustitución, falleció durante la navegación en su viaje de regreso a España, en aguas del Cabo de Hornos.

Dejó una impresión de buen gobierno en el territorio de su jurisdicción. (Datos: Wikipedia y otras fuentes)

jueves, 8 de agosto de 2019

El Dios EKEKO: Dinero, Casas, Carros, Viajes, Fecundidad, Abundancia, Riqueza

Altar del Dios Ekeko

Ekeko es un dios de la abundancia, fecundidad y alegría.

Es una manifestación cultural característica del altiplano andino y aún hoy en día recibe culto en el occidente andino de Perú, Bolivia, Chile, y Argentina.

Es un ídolo que se cree provee de abundancia al hogar donde se le exhiba.

El verdadero tiene la forma de un hombre de corta estatura, sonriente, vestido con ropas típicas del altiplano.

Se le representa siempre cargando gran cantidad de dinero, alimentos, carros, casas y otros bienes que cuelgan de sus ropas.

Se cree que se originó entre los habitantes de las culturas prehispánicas del Perú y luego se difundió ampliamente por Sudamérica.

Los incas continuaron su culto, y luego de la conquista lo continuaron en la nación Aymara.

La Iglesia católica intentó erradicar su culto en tiempos del Virreinato del Perú, sin mayor éxito.

Hoy en día, existe la creencia de que el ekeko es capaz de conceder los deseos de sus seguidores. Muchos exhiben la imagen con monedas a su alrededor, en la creencia que son los bienes preferidos por este dios.

Casualidad, azar o intervenciones de EKEKO, pero la realidad es que los aymaras, sus adoradores, constituyen un pueblo muy trabajador y económicamente próspero. (Datos: Wikipedia y otras fuentes)

lunes, 5 de agosto de 2019

El Incidente de la Hacienda Talambo - Prolegómeno de la Guerra Hispano Sudamericana

Manuel Salcedo

En 1859 el hacendado peruano Manuel Salcedo solicitó permiso para traer mil inmigrantes , como colonos, para asentarse en su hacienda de Talambo.

El permiso fue concedido y Salcedo logró el ingreso de 269 españoles de origen vasco de los cuales 95 eran hombres, 49 mujeres y 125 niños. 

Manuel Salcedo quería que sembraran algodón, planta que ellos no sabían manejar, por lo que cultivaron hortalizas generándose un conflicto. 

En los días anteriores Manuel Salcedo había recriminado a un colono, Marcial Miller, que le hizo frente, algo inusual en las costumbres peruanas. 

Por ello Salcedo ordenó a su mayordomo, Carmen Valdés, arrestar a Miller, para lo cual el día 3 de agosto Valdés reclutó 40 hombres en el pueblo. La captura fue rechazada por los colonos quienes apoyaron a su compañero generándose un tiroteo.

En la lucha murió el colono Juan Miguel Ormazábal y uno de los enviados por Salcedo.

A pesar de la gravedad de los hechos, el juez de Chiclayo no concurrió al lugar del conflicto y permitió que el juez de paz enviara a un subalterno a instruir el caso, verbalmente. Este interrogó solo a los atacantes y concluyó que los vascos se habían amotinado en torno a Miller. 

El día 23 de agosto el mismo juez decretó la libertad de Miller y el encarcelamiento de Valdés, quien huyó de la zona. 

Finalmente el juez de Chiclayo condenó solo a dos de los atacantes a 4 meses de prisión. 

Recurrieron los vascos a la Corte Superior de la Libertad, que en una sentencia dictada el 31 de octubre de 1863, declaró nula la sentencia anterior y ordenó instruir nuevamente la causa.

Salcedo recurrió ante el Tribunal Supremo que el 16 de febrero de 1864 decretó que el tribunal superior de La Libertad había exagerado los sucesos y sobrepasado sus funciones. También declaró nulas las sentencias dictadas por la primera y la segunda instancia.

El historiador De Novo y Colso escribió en 1882:

"Paréceme que son demasiadas las torpezas reunidas en personas autorizadas, y que tal coincidencia debía ser milagrosa ó rarísima ..."

El mismo de De Novo considera que la opinión pública peruana estaba de parte de los vascos, que los inmigrantes españoles publicaban artículos que indudablemente hubieran motivado serios conflictos en otros países y que en la misma España se pedía respeto por la separación de poderes en Perú.

Esta sentencia fue considerada por el representante español, Ugarte, como un alargamiento indefinido de la causa por lo que protestó ante el ministro de RR.EE. y exigió la satisfacción y las reparaciones que hubiere a lugar a los súbditos vascongados.

En ese momento, el Almirante Luis Hernández-Pinzón Álvarez, que estaba en Callao durante la Comisión Científica del Pacífico, se enteró del suceso y decidió intervenir a favor de los españoles.

El jefe de una escuadra naval española ocupó las islas Chincha en abril de 1864, y se consideró el incidente como un casus belli que desembocaría en la breve Guerra hispano-sudamericana de 1866, cuyo último episodio es el Combate del Callao del 2 de mayo de 1866.

Esta guerra, mayormente marítima, enfrentó a España con una alianza de naciones sudamericanas: Perú, Chile, Bolivia y Ecuador. (Datos: Wikipedia y otras fuentes)

Hacienda Talambo

Hacienda Talambo

Almirante Luis Hernández-Pinzón Álvarez

Cañón Peruano - El Callao

Cañones Peruanos y Barcos de la Alianza Sudamericana Frente a Barcos Españoles

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