miércoles, 11 de febrero de 2015

Familia Koepcke: Wilhelm Koepcke, María von Mikulicz-Radecki y Juliane Koepcke

Wilhelm Koepcke y María Von Mikulicz-Radecki

Juliane Koepcke, cuando tenía 17, sobrevivió al impacto de la caída de una nave de la compañía Líneas Aéreas Nacionales SA (LANSA), que sucumbió en medio de una feroz tormenta del trópico. Luego, caminó 11 días por bosques y riachuelos amazónicos, envuelta en un ligero vestido y calzando solo un zapato que resistió el golpe; comiendo solamente una bolsa de caramelos, sufriendo lo inenarrable. 

La encontraron unos madereros al anochecer del 3 de enero de 1972, cuando, según sus propias palabras, plasmadas en su libro "Cuando Caí del Cielo", sentía que estaba muriéndose “literalmente de hambre” y las fuerzas la abandonaban sin remedio. Su coraje, sin embargo, la mantuvo con vida, por encima de esas ventiscas interiores que la mecían de la desesperación a la esperanza. 

La conmoción fue mundial porque, hasta ese momento, no había rastro visible de los pasajeros del trágico vuelo No. 508, que habían partido ilusionados un 24 de diciembre desde la capital peruana hacia Pucallpa, una ciudad de la selva central del país. 

Pronto, se comprobó que Juliane había sido la única sobreviviente de 92 personas que no pudieron llegar al abrazo de Navidad.

Pero lo más importante de la vida de Juliane Koepcke incorpora a su familia, padre y madre, dos admirables científicos alemanes que dejaron todo para asentarse en un sitio remoto y aislado en pleno corazón de la amazonía peruana.

Wilhelm Koepcke, un joven doctor en Biología, había fundado una estación biológica en 1968, cerca de donde luego caería el avión. Lo hizo luego de 18 años de haber llegado al Perú, tras unas peripecias alucinantes que comenzaron cuando, en 1947, mandó una carta a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, pidiendo trabajo entusiasmado con la idea de abrir trocha en el estudio de ecosistemas de altísima biodiversidad, como los amazónicos. 

Le contestaron un año después, desde el Museo de Historia Natural Javier Prado de Lima, dependiente de dicha casa de estudios, diciéndole que había una plaza para él. El progenitor de Juliane partió de inmediato con destino a América, desde la Europa de posguerra, en un tiempo en el cual viajar era difícil, “especialmente para ciudadanos alemanes”.

A Wilhelm le tomó dos años llegar a Perú, luego de recorrer –a pie o en autoestop– Austria, Italia, Francia, España; de querer embarcarse, infructuosamente, en Génova y Nápoles; de haberse metido clandestinamente a un barco en la bahía gaditana de San Fernando, y de estar preso en Santa Cruz de Tenerife. Desde allí, tras salir, pudo embarcarse rumbo a Recife, Brasil. De allí todavía tuvo caminar –o recorrer tramos en autobús– hacia Perú, a donde, por fin, arribó el 15 de mayo de 1950. Al padre de Juliane le tomó más de 19 meses llegar desde la ciudad alemana de Kiel a Lima.

La familia, incluyendo a María von Mikulicz-Radecki, madre de Juliane, se instaló primero en Lima y luego en la selva, en Panguana concretamente, una estación biológica que hoy es Área de Conservación Privada (una figura que la legislación peruana permite si se desarrollan labores de conservación) y que debe su nombre a una especie de perdiz (denominada científicamente Crypturellus undularus) avistada por su padre cuando buscaba un lugar para sus sueños. Ocurrió cuando ella tenía 14 años. 

Juliane Koepcke

Ya en 1952, los esposos Koepcke habían descubierto en la sierra central del país, a unos 56 kilómetros de Lima, el Bosque de Zárate, un cuasi mágico reducto de ecosistema andino, ubicado entre los 1.800 y los 3.600 metros sobre el nivel del mar, que actualmente es una Zona Reservada (una categoría de área protegida peruana). 

No sólo eso. María, la madre de Juliane, de profesión ornitóloga, descubrió allí, en 1954, una nueva especie de ave que la Ciencia denomina Zaratornis stresemanni, y que solo vive en la Cordillera Occidental del Perú, según Birdlife International. 

No fueron los únicos hallazgos de los Koepcke, quienes desde que llegaron se movieron entre la sierra, la selva, los bosques. y los ríos. 

Cuando Juliane tuvo edad, comenzaron a llevarla a las expediciones, con su mochilita a cuestas, tal como lo relata en su libro. Fue por eso que conoció el campo desde muy pequeña y que amó a los animales, desde un perro llamado Lobo hasta un páucar llamado Pinxi, que murió a los pocos días de que ella fuera rescatada. Los otros seres vivos nunca estuvieron ausentes en su vida. 

Para Juliane, el cuidado del bosque tuvo, entonces y hoy, enorme importancia. 

Meses después del accidente, volvió a Alemania, a estudiar biología en la Universidad de Kiel siguiendo las huellas familiares. Allí concluyó sus estudios y en 1981 volvió al Perú, a Panguana, a la selva que tanto amaba y en la que había andado corajudamente, premunida de los conocimientos que, desde muy niña, adquirió bajo la sombra generosa de sus progenitores.

Su madre murió en el accidente aéreo y desde 1974, su padre ya no regresó al Perú, pero ella se encargó de mantener viva a Panguana, incluso en los tiempos en que los movimientos terroristas Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru sembraron el terror en la zona. 

La estación logró sobrevivir a esas turbulencias y siguió acogiendo a estudiantes y a investigadores de mariposas, aves, mamíferos. 

Ella misma se convirtió en una especialista en murciélagos, sobre los que hizo su doctorado para la Universidad Ludwig Maximilians de Munich. 

Juliane mantuvo viva también esta lucha en su selva entrañable. 

El paraíso de Panguana tiene hoy 800 hectáreas, gracias a su trabajo y perseverancia, al apoyo de su esposo, Erich Diller, y a la ayuda económica de Margaretha y Siegfried Stocker, propietarios de una panificadora ecológica en Alemania. 

En Panguana la biodiversidad es extraordinaria, solo en el caso de los murciélagos, existen 50 especies de ellos en ese espacio, cuando en toda Europa se cuentan solo 27. 

"Quiero mejorar el conocimiento sobre la estructura del ecosistema amazónico", sostiene, "sobre todo ahora, con el problema del cambio climático". 

Juliane, organiza también viajes para científicos que desean contemplar y estudiar la gran variedad de seres vivos de Panguana: 

-353 especies de aves, 
-300 de hormigas, 
-205 de mariposas, 
-153 de anfibios y reptiles, 
-111 de mamíferos. 
-Por lo menos 30 de peces. 
-Aparte de unas 500 especies de árboles, entre ellos un enorme árbol de lupuna (Ceiba pentandra), de 50 metros de alto, que se alza majestuoso por encima de las cabañas rústicas que conforman el albergue de visitantes. (Datos: diario El País de España)

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