domingo, 22 de diciembre de 2013

Francisco Pizarro Lloró la Muerte del Inca Atahualpa



Monumento a Atahualpa en el Palacio Real de España

A la muerte del Inca Huayna Cápac se entabló una feroz lucha entre sus 2 hijos, Atahualpa y Huáscar, quedando el territorio andino prácticamente asolado. Habiendo recién vencido Atahualpa, llega Francisco Pizarro con ciento ochenta hombres y tras una confrontación, usando armas que desconocía el ejercito de Atahualpa, lo derrota y encarcela al Inca en Cajamarca.

Durante ocho meses Atahualpa llevó plata y oro a dos aposentos para conseguir su libertad. Aunque encarcelado, tenía cerca a sus mujeres y servidores, convivía con los españoles: comía y jugaba a cartas o dados con Pizarro; de ahí que surgiera amistad entre ellos. Pero los aposentos no se llenaban y los soldados recién llegados, especialmente de Diego de Almagro, estaban descontentos; decían que el Inca se preparaba para matarlos.

Un día dos indígenas dijeron que venían huyendo de su ejército, que estaba a tres leguas, y que en poco tiempo les atacarían alrededor de cincuenta mil guerreros. Los cronistas presentes confirman aquel hecho; solamente Cieza, Betanzos y Pedro Pizarro, que no se hallaban, lo achacan a un bulo del indio Felipillo.

Pizarro sabía que si les atacaban, perecerían todos. Sus capitanes decían que sólo se podrían salvar si Atahualpa moría, pero él dudaba porque le apreciaba; seguramente sopesó enviarle a España, mas no había tiempo, dado que los guerreros se hallaban muy cerca de la ciudad. En tan dramáticos momentos, presionado por sus hombres, tuvo que tomar la decisión de entablarle un proceso.

Atahualpa fue juzgado y condenado a morir y al día siguiente se ejecutó la sentencia. Sobre las siete de la noche le sacaron de sus aposentos para conducirle a la plaza. Por el camino preguntó que por qué le mataban y le dijeron que por haber mandado su ejército sobre Cajamarca. Respondió que aquel ejército pertenecía a su hermano Huáscar y que los hombres que lo integraban eran enemigos suyos, pero aquella explicación no sirvió de nada y continuaron llevándole hacia el lugar de la ejecución.

Comprendiendo que le iban a matar dijo «… Que si lo hacían por oro o plata, que él daría dos tantos de lo que había mandado»; tampoco sirvió de nada. Pizarro no había tenido más remedio que ordenar la ejecución, aún en contra de su voluntad, por eso el cronista sigue diciendo: «Yo vide llorar al marqués de pesar por no podelle dar la vida…»; a sus cincuenta y cuatro años, el soldado curtido en tantas batallas, lloraba de dolor por tener que ejecutar a quien había llegado a ser su amigo. (Datos: ABC)

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